sábado, 10 de enero de 2015

Todos queremos ser felices

Todos queremos ser felices. Parece una afirmación innegable. En consecuencia el mercado se satura de libros para sanarse a uno mismo y conseguir esa felicidad a través de técnicas e ideas plasmadas en papel que, se supone, tienen las bendiciones de curar al enfermo y transformar nuestra vida a golpe de varita. Sin embargo toda esa morralla psicoanalítica no ha sido capaz, en todos estos años que lleva vigente esta moda, de solucionar ni un solo problema de los hombres. No hay un sólo libro de esta índole que haya sido capaz de “hacer feliz” a sus lectores. No obstante las ventas no han descendido sino que, lejos de lo que cabría esperar, han aumentado y se han convertido, junto a lo que podríamos denominar mass novel o literatura para idiotas, en la categoría de libros más vendidos en Occidente. 

Estamos ávidos de ser felices. Se nos impone el ser felices como la máxima de nuestra vida a golpe de repetirlo una y otra vez sin que haya más sentido que la felicidad misma. Entonces cabría preguntarse por qué unos seres que dedican la mayor parte de su tiempo y de sus energías a buscar la felicidad son tan desgraciados. Sin duda la respuesta no es sencilla y no pretendo caer en el simplismo, pero tampoco aspiro a escribir un postulado ético al respecto en estas líneas por lo que intentaré ser concreto pero breve. 

Es evidente que, cambiando quizás ligeramente el envoltorio de las formas edulcoradas que digerimos para la búsqueda de nuestro propio bien, esos libros de autoayuda y lo que podemos llegar a hacer como consecuencia de su lectura es, básicamente, lo mismo. Cambian cuatro frases aquí y allá pero el contenido es muy similar. Se parafrasea a algunos líderes del pensamiento antiguo y se presenta su receta masticada para que el público de masas sea capaz de hacerse una idea vaga de lo que quería decir y así se sienta superior a su yo de antes y con ello queda satisfecho y complacido brevemente creyendo, pobres diablos, que han encontrado la panacea a todos sus males y que a partir de ahora todo les andará mucho mejor en la vida. Cuando la nueva doctrina hace aguas simplemente se coge un libro nuevo y se repite la misma receta. 

No hay nada en la autoayuda que sea capaz de ayudar al hombre. En primer lugar porque se presenta como pseudofilosofía cuando no lo es. En segundo lugar porque la gente que lee esos libros no está dispuesta realmente a cambiar, espera que sea el libro quien haga el trabajo por ellos mientras se quedan sentados cómodamente en el sófa de su casa haciendo exactamente lo mismo que hacían antes de leerlo pero, eso sí, creídos inspirados de una luz cuasidivina que les ha abierto la mente a mundos sutiles que siempre habían estado presentes pero que nunca habían sido capaces de percibir correctamente pero que, con la ayuda de su nuevo grimorio, ahora sí que son capaces de ver. Y finalmente y en tercer lugar porque esos libros de autoayuda están escritos para buscar la felicidad de uno mismo. 

La autoayuda es un producto del consumismo occidental y la satisfacción que se obtiene de ella es la misma que el placer obtenido del consumo de cualquier otro producto mercantil. Ese placer es intenso pero efímero. Con ello se fomenta el ciclo de insatisfacción, consumo, satisfacción y nuevamente insatisfacción.  Entonces la rueda se vuelve a ponerse en marcha y así sine die

Los libros de autoayuda no funcionan por su propia naturaleza. ¿Alguno ve en las tiendas libros de exoayuda? Los libros de autoayuda están centrados en uno mismo, alimentan el ego del lector haciendo que se crea el centro del mundo, de su mundo, hasta el mismo universo debe ser visto con los ojos egoístas del individuo. Si realmente queremos ser felices debemos olvidarnos de nosotros mismos, el ego conlleva sufrimiento e insatisfacción. El deseo de felicidad que impera hoy en día en Occidente es su mayor lastre para conseguir una satisfacción real y duradera. Desear ser felices es el principio mismo de la infelicidad. Desear la felicidad ajena genera, espontáneamente, el abandono del propio ser y, con ello, surge de manera automática la felicidad. 

La autoayuda es, por propia definición, una contradicción en sí misma dado que, la felicidad nunca puede venir de un "auto" sino de un "exo". La felicidad humana surge de la exoayuda, la práctica de la autoayuda nos convierte en protagonistas de nuestros propios pensamientos y, con ello, imposibilita cualquier forma de satisfacción, presente o futura. 

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