miércoles, 7 de enero de 2015

El sueño de una noche de verano

El cielo era oscuro y negro, moteado aquí y allá por un mar de estrellas infinitas que tachonaban el firmamento con su azul eléctrico y vibraban como tímidas llamas en la noche. El aire era fresco para ser verano. Corría una leve brisa que acariciaba las manos y las mejillas a su paso y que recordaba al soniquete de una música alegre. Sentados sobre la colina hablaron de mil cosas mientras la luna recorría orgullosa su camino sobre la bóveda celeste. 

A los lados un bosque de pinos se erguía soberbio colmando de vida y verde toda la montaña. Frente a ellos se extendía un pequeño prado y, tras él, una playa larguísima que abrazaba las olas de un mar en calma quieta que se perdía hasta donde alcanzaba la vista más allá del horizonte desvelado. 

Los grillos tocaban su canción y las luciérnagas parecían pequeños destellos de día esparcidos por el campo y lanzadas a la carrera contra el viento de la noche. Pasaban las horas y las palabras se hacían cada vez más cariñosas. Finalmente, con los primeros rayos de la aurora, uno de los brazos estrechó el otro cuello y un beso de gorrión se posó desenvuelto sobre los labios. 

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