viernes, 10 de abril de 2015

Trueking

Algunos decían que toda la culpa fue del Gobierno. Otros que la causa principal fue la moda ecológica y el principio del agotamiento de los recursos naturales. La verdad es que ambas tuvieron mucho que ver pero no sería del todo justo decir que fueron las únicas. De hecho había incluso personas que se apuntaron a esta nueva moda por el simple hecho de que les gustaban las cosas viejas.

Para mí era mi primera vez y, como no puede ser de otro modo, sentía esa excitación especial que todo el mundo siente siempre que se hace algo nuevo por primera vez en la vida. Que mi amigo Erik me acompañara ayudó bastante a decidirme. Él ya lo había hecho muchas veces y me había enseñado todo lo que había conseguido después de aquellas mañanas de ir y venir aquí y allá ajetreado con la mochila color verde pistacho a cuestas. Una noche tomando unas cervezas con unos amigos me convenció para acompañarle el próximo día y yo le dije que sí.


Era domingo por la mañana y Erik y yo habíamos madrugado para que nos diera tiempo a aprovechar bien la mañana. Habíamos quedado en la parada del metro cerca de su casa.


-¿Has traído todo lo necesario? -Me preguntó-.

-Sí.
-¿Y tu mochila?
-Sólo tenía esta negra... -Dije enseñándole mi mochila de Eastpak desollada por los bajos y con las correas hechas jirones-.
-Bueno, no es lo más ortodoxo pero tampoco pasa nada.

Tardamos una media hora en llegar hasta el Trueking Place. Cuando salimos de la estación el color verde en las mochilas parecía haberse convertido en la regla por antonomasia. Allí se reunía gente de todo tipo, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, gente arreglada y personas que iban casi descalzas. Todos llevaban una mochila a la espalda o rodando por el suelo y casi todas eran de ese horrible color pistacho que desde hacía unos años servía para identificar a los truekers.


Tuve que hacer un verdadero esfuerzo por no perder a Erik entre el gentío pero rápidamente me adapté a su forma de hacer las cosas. Me dijo:


-Tú no te separes de mí durante un rato hasta que veas cómo funciona esto, aunque no tiene mucho misterio. Mírame como lo hago y luego me copias ¿vale?


Entonces se acercó a una chica que llevaba el pelo recogido en forma de moño y sujeto con unas varillas rojas decoradas con unos dragones chinos muy mal pintados y se pusieron a hablar con total naturalidad.


-¿Buscas algo en concreto?

-Cambio libros y además tengo este móvil, esta lamparita de mesa y este reloj.
-¿A ver qué libros son? -Entonces la chica sacó varios tomos de su mochila y se los mostró a Erik-.
-¿Te gusta El fantasma de Canterville? Te lo cambio por esta edición del Tao Te King.
-Mmmm... Pues es que ya lo tengo... Déjame ver qué más tienes.
-¿De libros dices?
-Sí, sí...

La chica echó un ojo a los libros que mi amigo llevaba en su mochila y al final no le convenció ninguno. Se sonrieron y se despidieron con un alegre "feliz trueking". Después Erik siguió caminando entre la gente con el ojo avizor en aquellos objetos que sí que estaban a la vista. Yo le seguía, física y mentalmente, y analizaba todos sus movimientos y su manera de hablar con las personas que allí se movían a tropel pero con un sorprendente orden y elegancia entre todo aquel caos humano.


Finalmente Erik consiguió cambiar su Oscar Wilde por un libro de posturas de yoga de un autor americano no muy conocido. Cuando se acercó a mí me dijo:


-Bah... No es muy bueno pero hoy no parece que haya mucho para elegir. Tampoco tiene mucha importancia porque lo bueno de esto es que, cuando haya leído el libro, lo volveré a traer aquí para cambiarlo por otro...


Yo había traído varios objetos conmigo como me había dicho mi amigo. En mi mochila negra se revolvían varias revistas viejas de Historia y vida, un abrecartas de bronce con el mango en forma de águila, un imán para la nevera con una foto de Roma y unas gafas de sol con la montura en imitación a carey que estaban desgastadas en las partes de las patillas.


Me acerqué a una señora mayor que parecía estar buscando a alguien en concreto pero que finalmente resultó que, al ser menuda de estatura, no conseguía ver más allá de la primera línea de cabezas que se erguían como un bosque impenetrable frente a ella. Se llamaba Roberta, tenía 64 años y vivía sola en su piso de Malasaña con sus tres gatos, Zeus, Vulcano y Copito de Nieve. No quise preguntar de dónde sacó la genial idea de ponerles esos nombres a los pobres animales no fuera a ser que, dándole la oportunidad, me contara la otra mitad de su vida que no me había relatado aún.


Roberta resultó ser una señora parlanchina pero muy agradable. Se sorprendió mucho de que alguien tan joven llevara al Trueking Place unos ejemplares viejos de Historia y vida que hacía tantos años que no había vuelto a ver y le encantaron. No tuve más remedio que cambiárselos por una pareja de perros fu de porcelana descascarillada que, según me contó, no eran buenos pero tampoco malos del todo.


Erik y yo anduvimos un rato más por entre la gente hasta que a eso de media mañana nos empezó a entrar hambre y decidimos ir a comer al primer bar que encontramos fuera de la plaza. Allí aprovechamos para hacer recuento de todos los tesoros intercambiados: El libro de yoga de Erik, mis perros fu, un DVD con libreto de El Fantasma de la Ópera, otra lámpara de mesa distinta de la que mi amigo había traído, unas gafas de ver que yo cambié por las mías de sol, un portaminas y una pulsera de conchas de mar constituían todos los recuerdos de aquella mañana de trueking en pleno centro de Madrid.

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